miércoles, 5 de octubre de 2011

El documento de Aparecida es una respuesta a la necesidad que tienen los pueblos de América latina,  de ser discípulos y misioneros de Cristo, enseñando y trasmitiendo un mensaje de esperanza, evangelizando a través de todos los medios de comunicación ya sean televisión, radio, internet entre otros, para que el mensaje de Dios llegue a todas las personas y así seamos pescadores de almas.
El documento se compone de tres partes: primero: La vida de nuestros pueblos hoy, segundo la vida de Jesucristo en los discípulos misioneros y tercera la vida de Jesucristo para nuestros pueblos.
I.              LA VIDA DE NUESTROS PUEBLOS HOY.
El documento de Aparecida hace uso del método ver, juzgar y actuar para la vida de nuestros pueblos hoy. Ver a la luz de su providencia de lo que está pasando con nuestras regiones, juzgar según Jesucristo que es el camino, la verdad y la vida. La pregunta en el juzgar es: ¿por qué este continente está así? ¿Porqué la situación de este continente? y actuar como el documento de Aparecida nos enseña siendo discípulos misioneros y evangelizadores de la Palabra de Dios y de las Bienaventuranzas de su Hijo Jesucristo.
Al mirar la realidad de nuestros pueblos nos conmovemos al ver sus sufrimientos angustias y esperanzas, como también es motivo de alegría para nosotros, que nos impulsa a lanzarnos en esta aventura de  ser discípulos misioneros para evangelizar y llevar la esperanza y la alegría, que es el mismo Cristo, que se entrego por todos nuestros pecados y sufrimientos para sacarnos de las tinieblas y salir a la luz que es Jesucristo vivo y resucitado.
Al contemplar la realidad de nuestros pueblos se descubren las grandezas y las miserias que han tenido que pasar nuestro continente, como también descubrimos que este continente no es ajeno a la situación que se vive a nivel mundial como la globalización, la ciencia, la tecnología y toda la red de comunicaciones con un alcance global o mundial. Sin embargo no se puede dejar de reconocer la situación de pobreza tanto material y espiritual que sigue viviendo el continente, la situación  de los indígenas que no son tratado con dignidad; las mujeres son excluidas en razón de su sexo, que son maltratadas tanto por sus esposos y el estado, olvidándonos  que Jesucristo no excluyo a nadie  y en cambio fue amigo de todos. Este es nuestro legado ser amigos de todos: de niños, jóvenes, adultos, ancianos,  pobres y ricos de toda clase sin distinción alguna, ya que en  el reino de Dios no hay distinciones y todos somos iguales a los ojos de Él.
Una problemática mayor son nuestros jóvenes que no están recibiendo una educación adecuada tanto para salir a trabajar a una gran empresa, sino también de los principios morales, éticos y sociales, sino que están siendo educados por una sociedad destructiva que lo que ofrece es sexo, drogas y prostitución, lo cual está llevando a las violaciones, abortos  y suicidios. ¿Por qué? Porque está faltando la educación familiar, la tolerancia y el amor que es el que rompe cualquier frontera, un  amor de entrega como lo hizo Jesús.”Jesucristo nos amó tanto que su amor fue hasta el extremo”.
Este diagnóstico esperanzador y a la vez desolador  de nuestro continente no es motivo para desánimos, para cobardías, sino es momento para asumir desafíos, tales como anunciar el evangelio a todos, preocuparnos por el hombre integralmente, aumentar el conocimiento de la palabra de Dios, hacer de nuestras celebraciones que sean vivas participativas, activas, como nos pidió el concilio  Vaticano II. [1]
Además es hora de una preocupación por la doctrina social de la Iglesia, entre otros aspectos.
II.            LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCIPULOS MISIONEROS.
 En esta segunda parte es necesario tener como punto de partida a Jesucristo el gran evangelizador, para poder así reconocer  el valor de la vida y la dignidad humana, asumir uno de los patrimonios de la humanidad, que es la familia; Además  agradeciendo a Dios  por  el trabajo que dignifica a la persona humana,  los  avances de la ciencia  y las tecnologías. Los obispos en Aparecida hacen un  llamado para que los bienes de la creación estén repartidos a todos y no a unos cuantos.
Otra de las preocupaciones del documento de Aparecida es la comunión, a ejemplo de Cristo  que vivía en comunión con el Padre (cf. 1Jn 1, 3), ante una tendencia marcada al individualismo, al egoísmo, es necesaria la comunión, para salir con amor al encuentro del otro, una comunión que hace realidad  en la diócesis, en las parroquias, las comunidades eclesiales y las pequeñas comunidades, como también las conferencias episcopales. Y todos estos estamentos deben tener como base la Palabra de Dios, la Eucaristía y los demás sacramentos.
Este llamado a la comunión es para todos, valorando y reconociendo las vocaciones especificas, partiendo desde los obispos que están llamados a vivir la comunión a ejemplo de Cristo el Buen Pastor, continuando por los sacerdotes  para que descubran la identidad de su llamado y así se inserten en la cultura, y entren en dialogo con el mundo, conservando su dimensión de afecto, de celibato y opción por Cristo. También los diáconos  deben actuar en comunión con el obispo y los presbíteros y si son diáconos permanentes valorando el doble sacramento del matrimonio y del orden. Los consagrados y los laicos deben asumir su tarea de comunión siendo “sal de la tierra y luz del mundo”. Una comunión que se debe extender hasta los que han dejado a la iglesia para unirse con otros grupos y que es la misión del discípulo misionero atraerlos, para que se cumpla el querer de Jesús: “Que todos sean uno”.
Todo esto debe concluir en un encuentro con Jesús, que nos lleve a  una conversión y a una formación  en la familia, las parroquias, las pequeñas comunidades, los movimientos eclesiales, los seminarios y casas de formación religiosa, la educación católica, los centros de educaciones católica, para aprender a ser discípulos y misioneros de Jesús y así dar razón de nuestra fe a todo el que no la pida.
III.           LA VIDA DE JESUCRISTO PARA NUESTROS PUEBLOS
La misión de la Iglesia  es anunciar al mundo  a Jesucristo, que ha venido a hacernos participes de su naturaleza divina y manifestar el amor de de Dios Padre que quiere que seamos sus hijos, realidad que se hace concreta por medio del sacramento del Bautismo que no sólo purifica de los pecados, sino que hace renacer al bautizado confiriéndole la vida nueva en Cristo.
Hoy más que nunca  nuestros pueblos no quieren transitar por sombras de muerte, sino que tienen sed de vida y de felicidad en Cristo, que se consigue por medio de los sacramentos y la Palabra de Dios. Quien consigue esto,  no es presa fácil  para la sociedad consumista, hedonista e individualista, que pone la vida humana en función de un placer inmediato y sin límites.
Para lograr  esta vida nueva se hace necesario asumir la vida de Cristo y comunicarla a los demás. Para lo que es necesario un a conversión pastoral y una renovación misionera de las comunidades, para que sean discípulos misioneros en torno a Jesucristo maestro y pastor y así pasar de una pastoral de mera conservación  a una pastoral decisivamente misionera.
Esta misión de ser discípulos y misioneros, tiene un destino universal, que abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de convivencia de los pueblos, para lograr la dignificación  de todo ser humano y así trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano, haciendo una opción preferencial por los pobres y excluidos, para contemplar en los rostros sufrientes de los pobres, a Cristo.  En esto es esencial globalizar la solidaridad  y la justicia internacional.
El documento reitera el valor de la familia, como patrimonio de la humanidad, la persona humana y en ellos los destinatarios de la acción  prioritaria de la Iglesia: tales como los niños,  los adolescentes y los jóvenes, los ancianos y las mujeres.
Además es necesario proteger la creación y el medio ambiente  como una herencia gratuita, espacio precioso de la convivencia humana, para bien de todos.
Es necesario abrir un espacio para hacer una relación entre cultura y evangelización, valorando las distintas formas de cultura presentes en nuestro continente, es necesario la inculturación de la fe, ya que está se enriquece  con nuevas expresiones y valores, manifestando y celebrando cada vez mejor el misterio de Cristo vivo y resucitado. Esto se logra dándole mucha importancia  a la educación,  misión en la que están comprometidos  el estado y la Iglesia.
En relación con la cultura ocupa un espacio privilegiado los medios de comunicación social,  el trabajo por la paz, la liberación de los pueblos, de modo especial las minorías, el diálogo fe y ciencia, la pastoral del turismo, la pastoral urbana con las grandes élites, la clase media y los pobres, la promoción de la mujer y de los niños, la ecología y la protección de la naturaleza,  como nuevos  areópagos que tiene que procurar humanizar al hombre. Para alcanzarlo es necesario un laicado maduro, que sea capaz de iluminar con la luz del evangelio todos los ámbitos de la vida social y sacerdotes comprometidos con su misión.
Estos desafíos que son nuevos areópagos, no sólo afectan a nuestros pueblos, sino que exigen una comprensión a nivel global, para poder conocer, comunicarse y suscitar la solidaridad, para que América latina no sea sólo el continente de la esperanza, sino también el continente de la paz y el amor.
La iglesia en nuestro continente además de los nuevos areópagos, deben abrir un espacio para reconocer, descubrir y acompañar la fe de nuestros indígenas y afroamericanos, como denunciar los ataques  contra la vida de estos pueblos. Todo esto se logra cuando construyamos una patria, una casa de hermanos donde todos tengan una morada para vivir con dignidad, donde seamos samaritanos  que salimos al encuentro de los pobres y los que sufren.
En definitiva América Latina y el Caribe, necesita un nuevo pentecostés, para salir al encuentro de las personas, de las familias, de los pueblos, para compartirles el don del encuentro con Cristo, que ha llenado de sentido nuestra vida, para ello es necesario recomenzar desde Cristo, reconocer su presencia, sentir el fervor espiritual y la alegría de evangelizar.
Nos podemos lanzar en esta aventura de ser discípulos y misioneros, guiados por María que nos enseña como madre que es, a salir de nosotros mismos y mantener los ojos fijos en Jesús autor y consumador de toda obra buena.



[1] Cf. concilio vaticano ll.Sacrosanctum  concilium.capitulo. ll

2 comentarios:

  1. Buena reflexión. debemos ser verdaderos discípulos del señor y vivir realmente el papel de Cristianos.

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  2. que buena apreciacion tienes sobre el valor de la obediencia.
    ATT:Daniel

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